domingo, 29 de abril de 2018

BARA-BIBÁN-BINUESTE (Circular)

Día 21 de Abril de 2018
Embalse de Arguís.
          Hacía días que no salíamos al monte con los amigos de Esbarre. El tiempo, viaje a Cuba y otros asuntos nos habían privado de tal honor.
                Para esta ocasión nos han preparado una estupenda ruta circular por la, siempre sorprendente, Sierra de Guara.
                La mañana es totalmente primaveral, los componentes de la expedición lucen sus cuerpos cargados de "primaveras" y el paisaje nos muestra un verde intenso que las recientes y persistentes lluvias se han encargado de teñir. 
          Realizamos la consabida parada junto al embalse de Arguís al que no le cabe ni una gota más de agua. Ya se sabe: los unos café, otros bocata y, quién puede, cumple con sus necesidades tempraneras en unas" cámaras oscuras" a la luz del "esmarfone" pues a los amos del "garito" no les queda tiempo de apañar el desapaño lumínico de las toilettes.
Bara.
         Hasta nuestro destino, la carretera serpentea una y mil veces adentrándose en un agreste terreno. El conductor de turno toma las curvas, badenes y demás obstáculos con el mimo que requieren los pasajeros y el vehículo, pues hemos de ir y volver todos, toditos, enteros. 
           Tras pasar bajo los pies de Belsué, vemos el embalse de Sta. María de Belsué totalmente lleno como hacía tiempo que no se veía. Luego Lúsera, Bentué de Nocito, Used y... Bara. Ya hemos llegado, el desayuno sigue en su sitio.
        Bara, un pequeño núcleo en el que su iglesia, de estilo románico rural, domina el caserío de los dos barrios de la localidad ubicada en un altozano desde el que puede verse perder el río Alcanadre y, más arriba, el Tozal de Guara.
Río Alcanadre.
                  Tanto río como tozal van a protagonizar buena parte del paisaje de una excursión circular que ya comenzamos los más de dos docenas de valientes "zagales".
             Por una senda bien trazada, vamos dejando las casas (algunas bien rehabilitadas) de la población. A las orillas de Alcanadre nos detenemos ante el molino de Bara situado en un espectacular rincón donde el ruido del agua hace más agradable la caminata en días de calor como el que promete ser hoy. Este es un lugar en el que el cuerpo te pide quedarse pero "ná de ná", hay que continuar.
Molino de Bara.
Cabezo de Guara.
             Alcanzamos un cruce por el que, de vuelta, apareceremos. Seguimos el cauce del Alcanadre, sus aguas cristalinas reflejan el verdor de la vegetación que abraza sus orillas.
          Del agua, los ojos se nos van hacia arriba, allí asoma la sierra de Guara con sus cumbres teñidas de blanco: Tozal, Cubilás, Cabezo, Ballemona... No son las más altas cumbres si las comparamos con las del Pirineo, pero ante ellas ¡qué pequeños nos sentimos!.
               El recorrido que llevamos, momentáneamente, transita por la margen derecha del río pero, amigos, hay que cruzarlo y aquí no hay puente ni pasarela que valga, así que ya se sabe: fuera botas, fuera calcetines, pantalones remangados y ¡a pescar! en las frías aguas del Alcanadre ("puente en árabe").
Vadeando el río.
Bibán.
            Con los pies bien "escoscados" continuamos caminando, ahora el río lo tenemos a nuestra izquierda. Bajo los pinos, el Alcanadre a veces se muestra tierno y bondadoso, otras bravo y fuerte, tan bravo y fuerte como la cuadrilla que avanza disfrutando de un bonito día que la primavera nos regala.
            Arriba, en un altero, asoman las primeras casa de Bibán, un núcleo de tres casas en ruinas . La mayor parte de ellas engullidas por la maleza entre las que destaca la de Nasarre.
            Mientras la mayoría mueven el bigote con variados tentempiés algunos nos adentramos entre las calles de la aldea descubriendo algunas cosas interesantes (dinteles como uno en el que figura la inscripción tallada de 1725. En el centro se encuentran las ruinas de lo que fue la iglesia de San José con los restos de su nave y, todavía en pie, su torre cuadrangular.
Restos de la iglesia de Bibán.
Con buena compañía (Lola y Maite)
Pardineta de Bibán.
          Nos ponemos en marcha para descender hasta el Alcanadre, de nuevo hay que cruzar sus aguas. Si algún pinrel no había quedado suficientemente aseado en la anterior ocasión, las limpias aguas se encargan de hacerlo en este desfile de remangados senderistas.
          Con los pies secos y las "cabecicas" en su sitio seguimos caminando por una agradable senda que, tras pasar por un pequeño salto de agua, atraviesa la Pardineta de Bibán, lugar en el que según investigaciones recientes estuvo ubicado el monasterio de San Juan de Matidero.
                El sendero discurre por lo que fue el camino de Matidero a Binueste, por él debían de transitar sus gentes con las mulas cargadas con sus aperos y variadas cargas para la difícil subsistencia de estos pueblos.
Casa Alta en Binueste.
              Nosotros, con menos carga, atravesamos el núcleo de Binueste que, pese a la "velocidad de crucero" que lleva la comitiva, puedo investigar ligeramente. De las tres casas que tuvo, quedan algunas paredes que nos muestran su historia. de ellas la Alta es la más destacada; tiene tres plantas y en su fachada orientada al sur, sobre su portada dovelada, un escudo aparece fechado en 1883. En la zona más baja de la población se encuentran las paredes de la iglesia parroquial de San Martín de Tours.
              Hasta aquí, sus habitantes debían de llegar por los caminos de herradura que nosotros recorremos. Cuando partieron hacia las capitales, allí quedaron, no solo los materiales de labranza, las ruecas, las esteras, los enseres..., quedó, también, parte de sus vidas.
Luces y sombras.
          Entre pinos, robles y bojs seguimos el camino. Estamos ante el último de los obstáculos del día: hay que cruzar el barranco de Binueste. Algunos ponemos a prueba la estanqueidad de las botas, otros prefieren "mojarse", incluso hay quien se empapa hasta los gayumbos (afortunadamente hace calor).
       Abandonamos el cauce del barranco. Por un tupido bosque vamos ascendiendo algo más de 100 metros de desnivel hasta alcanzar el Mirador de La Predicadera de Guara.
     El esfuerzo se ve recompensado con las magníficas vistas que tenemos desde este punto de la zona norte de la Sierra de Guara. Bien visible es también el perfecto meandro que forma el río Alcanadre bajo los pies del mirador. A lo lejos se distingue la localidad de Bara, punto final de nuestra ruta.
Sierra de Guara
Uno de los meandros del Alcanadre.
       Pero !todavía no toca!, estamos en el mejor de los "restaurantes" que se pueden encontrar: mil "estrellas montelín", como decoración una luna que va de crecida y la iluminación se compone de un "Lorenzo" de luz indirecta escondida bajo la sombra de unos estirados pinos. ¿Menú?: los más variados manjares mochileros, regados por los ricos caldos extraídos de tres botas que terminan más limpias que las estanterías del Eroski tras el paso de la Cifuentes.
         Los postres son gentileza del "chocolatero de Jaulín".
        ¡No sé, no sé! pero me "paice a mí" que alguien "s´apasao".
Restaurante "La Predicadera"
El grupo.
De vuelta.
            Unos 230 metros de acusado descenso nos acercan de nuevo a las orillas del río Alcanadre, cerrando así el trazado circular de este recorrido al que no le resta nada más que volver a Bara, punto de partida y final de una agradable excursión por estos parajes de agua, roca, pinos... y unos pueblos que vieron cómo sus pobladores se fueron dejando atrás sus casas cargadas, seguro, de muchas historias.
                La carretera se encarga de mostrarnos el profundo barranco que el río Used ha labrado, carretera que nos lleva hasta Nocito, unos de los pueblos más hermosos de estas tierras de Guara; además tiene un garito, el garito una terraza, y la terraza unas mesas adornadas con una jarras de cerveza que los muchachos de Esbarre ¡que leches!, las merecemos.
Tras las flores: el Tozal de Guara.
              Hasta la vista.

Datos técnicos 
(Acceso al track y datos clicando sobre la palabra wikiloc de abajo)


viernes, 20 de abril de 2018

COSTA VASCA ORIENTAL (Ruta de los flysch)

Día 14 de Abril de 2018
No es un lago, es el Ebro.
            De nuevo nos apuntamos a una de esas salidas que, bajo el paraguas organizativo de las gentes del N.W.CAI (Nordic Walking CAI) nos lleva por los más sorprendentes rincones de la geografía ibérica. En esta ocasión no serán los bastones ni zapatillas de rigor los protagonistas, sino el paisaje de latitudes cargadas de sorprendentes historias.
        Pues bien, media centena de mozos y mozas subimos al autobús conducido magistralmente por Santiago y, ya en camino, observamos el río Ebro que, una vez más, nos enseña su camino, no el de tiempos de estío, no el de acontecimientos festivos... nos enseña la fuerza de su naturaleza alimentada por las venas de sus afluentes inundando las tierras que el hombre, torpemente, intenta arrebatarle.
En el camino.
            En pocas horas el paisaje agreste del Valle del Ebro se va tornando en las verdes laderas de los montes de las tierras vascas hasta que el agua vuelve a ser protagonista, pero esta vez es el Atlántico, más concretamente en la vertiente francesa del País Vasco. Estamos en Biarritz.
          Esta ciudad conocida por sus balnearios, su casino y su histórico hotel nació al amparo de la caza ballenera, tradición que se llevaba a cabo en estas costas desde el siglo XI.
Villa Beza
           La primera denominación de la ciudad fue Beariz, un nombre de la edad media con el que este pequeño pueblo comenzó a crecer al ritmo de dicha caza ballenera. Su población es de origen vasco, quienes fueron los primeros en llegar aquí, después se mezclaron con los gascones a partir del Siglo XIV. 





           Durante el Siglo XIX la ciudad de Biarritz se convirtió en el centro vacacional de la realeza europea. Napoleón III y su esposa construyeron un palacio en 1855, cuando lo vendieron, sobre este edificio se construyó el Hotel Palais, el mayor casino de la zona, lujo y diversidad: ¡todo en uno!. 
            Los cincuenta marchadores (o marchosos), descendemos del autobús para dar un garbeo por tan noble ciudad. Al acercarnos hacia la costa, el primer edificio que llama la atención es Villa Belza, que sin ser un edificio de mi agrado, sí que identifica en algún modo a esta población.
Rocher de la Vierge.
            Poco a poco nos vamos disgregando pero unos y otros nos vamos encontrando en los puntos de más interés como la "Rocher de la Vierge" (roca de la virgen).
      Esta roca, unida por una pasarela que Napoleón III mandó construir, debe su nombre a la estatua de la virgen que se instaló en su cumbre en 1865. La leyenda dice que los pescadores, balleneros en ese momento, fueron atrapados en una terrible tormenta. Una luz divina los guió para regresar al puerto. Los sobrevivientes erigieron en agradecimiento una estatua de la Virgen en esta roca.
         Debajo, en el mar, los surfistas esperan a que llegue la mejor de las olas para demostrar su destreza en ese deporte.
Surfistas esperando "la ola".
Santa Eugenia.
         Seguimos el paseo, a la altura del viejo puerto el olor a gambas a la plancha nos recuerda lo mucho que queda para la hora de la comida.
           Pero, sacrificados que somos, seguimos la ruta. Nos adentramos en la iglesia de Santa Eugenia, llamada así por el nombre de la esposa de Napoleón III, la emperatriz Eugenia de Montijo. Es una iglesia neogótica de piedra gris que domina el puerto viejo. Su construcción duró desde 1898 hasta 1903. La de la torre comenzó en 1927 y las campanas fueron instaladas en 1931. Las vidrieras son de Luc-Olivier Merson (1846-1920).
Iglesia ortodoxa.
           A lo lejos divisamos la Iglesia Ortodoxa que fue construida en 1892, en un estilo bizantino y fue adornada con iconos que venían de San Petersburgo.
        Y más a lo lejos (el tiempo del que disponemos no nos permite llegar hasta allí) la joya de la corona: el "Hôtel du Palais de Biarritz". Esta "chabola" la mandó construir Napoleón III para destinarla a casa de verano (¿cómo sería la de invierno?). El garito lo bautizó como "Villa Eugene" en honor a su esposa Eugenia de Montijo (sí, la misma de la iglesia). En 1880 el edificio fue comprado por el Banque Parisienne y transformado primero en Hotel-Casino y, después, en 1893, en Hôtel du Palais. En la “Belle Epoque” el edificio vivió un segunda época de esplendor y volvió a acoger nobles y famosos de todo el viejo continente, incluso después del gran incendio de 1903 y su reconstrucción.
Hôtel du Palais.
Iglesia de San José de Biarritz.
        Creo que todos estamos de acuerdo en que, por el momento, no reservamos habitaciones en este chiringuito, por lo que seguimos el camino y, tras una breve visita a la iglesia de San José volvemos al punto de encuentro para montar en el bus y trasladarnos a un restaurante que sea capaz de apaciguar los sonidos gástricos de este ejército de ¿marchadores?.
          Tras una larga comida, nos damos un paseo por las calles de una ciudad que, pese a ser la tercera vez que algunos la visitamos, no deja de sorprendernos. Es una villa que se guarda de los peligros que provienen del mar, y protege con los restos de sus gruesas y elevadas murallas el tesoro medieval que conforma su casco histórico. Es la misma villa marinera que la cuadrilla recorremos, admirando sus vistosas y coloridas casas, animadas tabernas y bellas vistas al mar… Esta villa es Hondarribia.
Hondarribia.
Palacio de Narros.
         Ahora toca viajar hacia Zarauz, ciudad que fue lugar de reposo y asueto de gentes nobles, hoy convertida en una moderna urbe turística que aún guarda, entre sus muros,  la herencia de la muy vieja villa inscrita en el escudo del palacio de Narros, con el lema "Zarauz antes que Zarauz", advirtiendo de su origen antes que de la propia existencia de la villa.  
                Antes de recogernos en la guarida, un paseo por la extensa playa zarauztarra con el sol escondido tras el "ratón de Guetaria" (monte San Antón) que, ¡cómo no!, tiene su leyenda:
            "En Guetaria vivía un joven pescador de robusta belleza e ilimitada bondad llamado Queta, cuyo corazón disputaban dos fogosas damas, las señoras de Itegui y Alsacarte. El bello zagal, halagado pero vencido por su natural timidez, apenas respondía a las lisonjas de una u otra, lo que sembró el desconcierto primero y despertó las iras después de las pretendientes, que terminaron por acusarse mutuamente del fracaso de su común empresa amatoria. 
Al fondo, el Ratón de Guetaria (¿o Queta?).
Playa de Zarauz con el ratonzuelo.
               Esto duró hasta una tarde en que Queta, de paseo por un llano, encontró a las dos mujeres batiéndose cruelmente a golpes y zaleos, rabiosas y frustradas como sólo los amantes sin correspondencia llegan a envilecerse.
        El bueno de Queta, horrorizado en su sensibilidad y confundido el entendimiento, no pudo soportar la culpa de tan violenta discordia y pidió a los cielos que lo convirtieran en piedra. Su rogativa fue atendida, y en ese mismo instante emergió de las entrañas del mar una isla arenisca de imponente cuerpo alomado semejante a un ratón gacho, cerrando la ensenada de Guetaria: este es el origen del monte San Antón".
                 Zarauz presume de historia, también lo hace de su playa, de su afamado y dicharachero cocinero, pero ¿qué decir de sus "pintxos"?. Pues allá que vamos y nos adentramos en el placer de sucumbir ante las barras de un bar, auténticos escaparates del pecado de la gula, que nos ofrecen sus manjares.
               Y... "a ñoñon" que mañana toca...

Día 15 de Abril de 2018
Mañana florida.
            Aseados, desayunados y con los deberes matinales cumplidos, Santiago nos traslada hasta Deba.
             Entre los ríos Deba y Urola, se encuentra uno de los tramos más espectaculares de la costa vasca que la erosión del mar se ha encargado de crear. Recorrerlo es el objetivo fundamental que nos ha traído hasta aquí.
          Pero antes de comenzar, visitamos, guiados por una mujer de la localidad, la iglesia parroquial de Santa María declarada Monumento Histórico-Artístico en 1931 (¿sería en estas fechas de Abril?).
           
Santa María.
           Por sus grandes dimensiones y por su decoración, es comparable a cualquier catedral.
                 El edificio tiene planta de salón, tres naves de igual altura, un pórtico policromado de delicada composición, el claustro más antiguo de Guipuzcoa y varias capillas adosadas a los contrafuertes.
         Todo este edificio se construyó sobre una edificación anterior. La iglesia actual mantiene muchos de los elementos de la antigua iglesia gótica que aquí se emplazaba. La magnífica portada policromada en la que se representa la vida de la Virgen María es uno de estos vestigios que aún se conservan. 
             En cuanto a las capillas privadas, propiedad de las familias pudientes de Deba, fueron construidas en el siglo XVI. Así mismo, el claustro fue obra también de esta época. La construcción final del conjunto fue la sacristía, levantada en plena época barroca.
                   Destaca, además de por su considerable tamaño, por su parca decoración exterior.
Detalle de la portada.
¿Senderistas?
          De construcción mucho más reciente es un ascensor, realizada para unir el centro de la ciudad con una residencia de personas con movilidad reducida.
          No sé, pero 38 personajes de fuertes tabas y movilidad total, nos montamos en el invento para salvar unos cuantos metros de escaleras.
        El personal calza botas y, algunos, polainas de alta y nevada montaña con el fin de no manchar de barro los bajos de los "nortfaces y trangos" de alta costura montañera. Yo, que soy más de andar por casa, me los remango y "tira p´alante".

¡Hale! a caminar.
           Comenzamos el camino por la senda GR-121, conocida por recorrer uno de los monumentos geológicos más sorprendentes de la costa vasca: los flysch, nombre que recibe una formación de capas rocosas de origen sedimentario con unas características determinadas (en alemán flysch quiere decir fluir o deslizarse).
          En un flysch se alternan capas de rocas duras (calizas, pizarras o areniscas) con capas de materiales blandos (margas y arcillas) de modo que la erosión desgasta más fácilmente las capas blandas y deja expuestas las capas duras.


Ermita de Santa Catalina.
            Aunque antes de alcanzar estas maravillas naturales caminamos por sendas que recorren bellos paisajes vascos en los que nos saludan algunos ganaderos; sus vacas nos observan caminar por aldeas como Etxeberri y ermitas como la de Santa Catalina erigida sobre el monte de su mismo nombre.
            El sendero pronto se adentra en una abrupto terreno de sube y baja, que en alguno de sus tramos discurre por el viejo tramo de la vía ferroviaria de FEVE.                       Algún que otro mirador nos enseña los primeros flysch.
             Estas formaciones pétreas, algunos, ya las conocíamos vistas desde el mar y hoy, como dicen los entendidos, la vamos a ver "in situ".
Los flysch desde el mar.

Desde tierra.
En la cala Sakoneta.
¿Dientes de dragón?
           Como un pastel "milhojas" la rocas muestran originales formas, unas veces horizontales y otras verticales generadas por los pliegues y los grandes desprendimientos de las placas que en horas de bajamar, como ahora, pintan un cuadro digno de cualquier exposición cubista. En este caso el museo es de entrada de pago (a compensar con una buena caminata), en sus nobles salas de las calas de Mendata y Sakoneta admiramos la obra. En esta última se nos muestra unos verdes estratos horizontales pintados por las aguas que se precipitan desde el barranco de su nombre.
Protección de talud.
         Abandonamos el museo atravesando algunas aldeas cuyos nombres, todos ellos, terminan en "ikoa", hasta alcanzar nuestro punto final en el barrio zumayano de Elorriaga, lugar ideal para adentrarnos en su único bar y dar buena cuenta de sus reservas de cerveza, pues ¡leches! nos la hemos ganado.
      Aseados y ¡sin polainas! subimos al bus para acercarnos a Zumaya donde la "patronal" del N.W.CAI nos ha reservado un garito en el que nos sirven, entre otras cosas, un entrecot de ternera que, regado con un excelente tempranillo riojano, nos deja más aplanados que los flysch de Sakoneta.
Esperando a que sirvan el...
Puerto de Zumaya.
        Un pequeño paseo por el puerto en el que unas coloridas traineras compiten en las tranquilas aguas del cantábrico y... ¡al autobús!.
            Ya en casa, el fin de semana pasa a ser un grato recuerdo de un par de jornadas que, lejos de tratarse de grandes hazañas montañeras, no dejan de ser interesantes pues son el paisaje, la historia, el medio, las gentes y, "batez ere", los compañeros de viaje los que me animan a seguir con esta grata tarea de contar las historietas de la Vieja Mochila.
               Hasta pronto.




Datos técnicos de la "Ruta de los Flysch" 
(el track, haciendo clic sobre la palabra wikiloc del mapa)